México duele

En estos últimos meses y años, he tenido el privilegio de visitar México en varias ocasiones, lo cual me ha permitido dialogar con amigos y colegas sobre la dramática situación que allí se está viviendo y volver -como siempre- con una montaña de libros para revisar atentamente y profundizar más y mejor en el análisis de esta compleja y dolorosa situación.

Desde mis primeras visitas, allá por los años ochenta, aprendí a querer mucho a este hermoso y diverso país, un verdadero mosaico de culturas, paisajes y comidas, que siempre me ha acogido con la calidez inigualable de las y los mexicanos, gente linda con la que se puede generar empatía muy fácilmente, tanto para disfrutar de sus muchos activos, como para sentir muy de cerca las dolorosas situaciones de su vida cotidiana.  

Desde siempre, aprendí a entender las particularidades de su sistema político (con un partido dominante, casi único), su economía (demasiado atada a Estados Unidos) y su cultura (una mezcla de tradiciones y modernidad con expresiones muy variadas a lo largo y ancho de este inmenso país). Y cuando en el 2000 las elecciones desembocaron en un cambio de partido en el gobierno, comencé a especular (como muchos otros) con la posibilidad de cambios relevantes en muchas otras esferas, pero los dos períodos de gobierno del PAN no hicieron otra cosa que profundizar los problemas y multiplicar las heridas abiertas.

El regreso del PRI en este último sexenio, pareció lógico y volvió a generar ciertas expectativas de cambio, pero cumplido ya el período correspondiente y ya sumergidos en una nueva contienda electoral, todo parece indicar que la situación sigue siendo extremadamente crítica, con unos niveles de violencia inusitados, con unos niveles de pobreza muy elevados y que sólo descienden marginalmente, y con una relación más que tensa con su “vecino del norte”, que prioriza la construcción de muros y no de puentes, entre ambas naciones.

El panorama electoral muestra, sin embargo, algunas novedades, entre las que destaca la amplia ventaja que López Obrador lleva en las encuestas, lo que podría indicar que estamos ante la posibilidad cierta de un recambio en el gobierno, que podría ir más allá de lo que hasta ahora se ha conocido. “La tercera es la vencida”, ha dicho AMLO, acotando que si vuelve a perder, se va “a la chingada” (su hacienda, con un nombre muy particular, sin duda).

Desde luego, importa no olvidar que todos los partidos políticos en México son desprendimientos del PRI y que AMLO ha rebajado notoriamente sus aspiraciones de cambio (al punto de haber forjado alianzas con sectores evangélicos conservadores y hasta con connotados empresarios poderosos, que ya no lo consideran un “peligro” (ni mucho menos), pero de todos modos, cabría esperar -al menos-  una gestión gubernamental menos atada a los mercados y con un mayor énfasis en el rol del Estado en estas materias.

En cualquier caso, México duele y mucho. Un gran país, dominado por mafias (económicas y políticas, y no sólo las vinculadas al narcotráfico) en el que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, y donde -literalmente- la vida no vale nada, al menos si esto se mide en tasas de homicidios, en desaparecidos y en expresiones de violencia a flor de piel a todos los niveles y en particular contra las mujeres y los jóvenes. Feminicidio y juvenicidio han pasado a ser, trágicamente, términos que describen claramente el estado de situación.

¿Qué puede esperarse a futuro? Desde luego, todo depende del resultado de las próximas elecciones, en gran medida, pero al día siguiente de las mismas, el país se mirará al espejo con grandes interrogantes y pocas expectativas de cambios relevantes. Ninguno de los problemas estructurales (dependencia, violencia, corrupción, limitaciones democráticas y un largo etcétera en estas materias) se podrá solucionar de la noche a la mañana (ni mucho menos).

Y por si fuera poco, algunas de las “válvulas de escape” tradicionales (como la emigración a Estados Unidos) están cerradas, al punto que hoy por hoy, los problemas migratorios ya no tienen que ver con los que se van sino con los (muchos) que regresan, lo que amplía los problemas, en la medida en que las oportunidades que se generen a futuro deberán ser repartidas entre más gente, en cualquiera de las hipótesis al respecto.

Recuperar la economía, luego del largo período de privatización de casi todo lo que se pudo quitar a la gestión pública (ejemplificado en este último sexenio en la reforma del PEMEX) y con la gran incertidumbre que genera la eventual caída del TLCAN, no será sencillo. Máxime si los grandes dueños de México siguen apostando a enriquecerse aún más, aunque ello signifique el empobrecimiento generalizado del país.

Tampoco será sencillo (ni mucho menos) construir (lamentablemente, no se trata de re-construir) una democracia más sólida y efectiva, con un sistema de partidos más amplio pero sin mayorías claras, con un escaso desarrollo (por decir lo menos) de las grandes organizaciones sociales que deberían darle vitalidad a la sociedad civil, con conglomerados mediáticos que dominan completamente el escenario informativo y formativo, y con una población acostumbrada más al clientelismo que a la participación ciudadana independiente.

Y no será sencillo (menos aún) enfrentar con alguna expectativa de éxito real, los elevados y complejos niveles de violencia existentes, dado que allí confluyen factores causales muy variados, que van desde la activa presencia del narcotráfico, a la evidente autonomía de los aparatos represivos del Estado (que son más parte del problema que de la eventual solución) y a la inexistencia del “monopolio legítimo del uso de la fuerza” en el territorio, lo que lleva a que se organicen (un día sí y otro también) grupos armados de cualquier tipo, para cualquier tipo de fines (defensivos u ofensivos) que complican mucho más de lo que ayudan.

No hace falta, siquiera, referir al tema de la corrupción, para caer en la cuenta de que los problemas son muchos y de una gran complejidad, al momento de imaginar posibles salidas (al menos parciales) o posibles alternativas de mayor alcance, que serán -siempre e inevitablemente- de corto plazo, por lo que habrá que reunir esfuerzos muy variados para intentarlo, incluyendo a la academia (generando propuestas viables), a los partidos políticos (procurando que puedan ser -a futuro- más dignos de tal denominación), a la sociedad civil (que deberá fortalecer su autonomía y su poder de incidencia efectiva) y al conjunto de la ciudadanía (que deberá asumir roles más protagónicos, desde todo punto de vista).

Lo dicho: México duele. Duele por el estado de situación y duele por las escasas perspectivas de cambio que parecen abrirse a futuro. El tiempo dirá si ésta es una “lectura” demasiado pesimista; sólo espero equivocarme en cuanto a las perspectivas. En cualquier caso, espero poder seguir visitando regularmente este gran país, para seguir aprendiendo de sus experiencias y seguir aportando mi “granito de arena” a la construcción de alternativas.

Ernesto Rodriguez en Notas de Viaje